Cuando el profesor de Ciencias Informáticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Amnon Shashua, y su amigo, el empresario Ziv Aviram, crearon Mobileye en 1999 querían diseñar sofisticados componentes electrónicos en los coches para evitar accidentes de tráfico. En busca del primer empujón, tocaron a la puerta de inversores ofreciendo una idea, soluciones de software y la promesa de éxito. En ningún caso contemplaron la posibilidad de que protagonizarían la mayor adquisición empresarial en la historia de Israel o el corazón del hub tecnológico automotriz o la gran esperanza de Intel en la batalla por el vehículo del futuro: el coche sin conductor.
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